En el cuarto encuentro de la nueva edición del Taller de Lectura a Distancia de #LaAquateca leímos el cuento "Fría luz de luciérnagas" de Miguel Sardegna. "Un relato muy bello", dijo una de las lectoras. "Admirable por su fuerza, por todo lo que dice y lo que no se dice", comentó otro. "Me gustó la manera que elige el autor de narrar un hecho trágico, cargado de nostalgia, de dolor. Cómo, entre la escena familiar y los recuerdos de Ichiro, encuentra la manera de resignificar el pasado para abrir un espacio de esperanza", dijo alguien más. En general, fueron comentarios positivos, cargados de metáforas como el propio cuento. Te dejo el resumen de los principales y te invito a leer el cuento y entrar en la discusión.
«Fría luz de luciérnagas me pareció un relato muy bello. El espacio que describe de la naturaleza y los personajes moviéndose muy sutilmente, me parecen un cuadro, una fotografía, una escena de película, como nos tiene acostumbrados el cine japonés. A ese japón, de la finura, lo sutil, lo bello, al que pertenece el personaje del padre, principalmente, se opone un nuevo Japón, mecanizado, potencia automotriz. Un relato que de a poco va contando la historia, reviviéndola en la memoria, de la bomba y destrucción de Hiroshima. Y la bella historia de la niña Sadako y sus grullas. Gracias por este material.»
Rosa Orchuelo
«Me recuerda demasiado el modo de escritura oriental, Mishima… Kawabata… me resuena como ya leído... aunque no es así.»
Ana Nuciforo
«Es un cuento conmovedor. Admirable por su fuerza, por todo lo que dice y lo que no se dice. Detrás de esta historia se despliega la Historia de la Guerra, de una bomba y sus consecuencias devastadoras. El autor nos mete todo eso en una cajita de fósforos, para decirlo con una metáfora robada. Tal es la economía de palabras, no exenta de detalles. No recurre a golpes bajos. Sabe que, desde los silencios ―vaya paradoja― también puede lograr emocionarnos. Vale destacarse la empatía entre el lector y el viejo Ichiro, ese anciano cargado de memoria que arma como puede, en el jardín, con la torpeza de una sola mano, una grulla de papel, como parte de un nuevo ritual. Es extraño que este cuento no haya recibido comentarios. Me gustaría pensar que ha sido leído por muchos lectores de este sitio, pero que han preferido callar ante la belleza de lo trágico, como una especie de homenaje a las víctimas de la guerra.»
Miguel De Leo
«Me gusta mucho la literatura oriental (Kawabata, Murakami) y siempre que la leo tengo la impresión de caminar (mentalmente) por un jardín zen rodeado de cerezos que dejan caer sus flores. Este cuento me produce esa misma sensación de calma y quietud. La historia se va desarrollando con un ritmo lento pero implacable que nos lleva con muchísima elegancia y (me atrevo a decir) compasión, al descubrimiento del horror que significó para la gente común la caída de la bomba atómica. El manejo de los silencios es impecable, también muy de la literatura oriental, y cargan el texto de emoción y significado.»
Gisela Lupiañez
«Cuento japonés: delicadeza, equilibrio, rituales, método. Pero la luz es fría, porque ese papel plegado esconde una niña que son miles de niñas muriendo por esa bomba. Porque la camisa cubre las llagas de esa bomba. La luz, lo que se ve, puede incluso dar la ilusión de luciérnagas como esperanza de futuro. Y detrás, debajo, por todos lados, el horror, la muerte, el fuego invisible.»
Andrea Papini
«Destaco la grulla como elemento metafórico del cuento. Asocio la acción repetida de armar una grulla, a ese Ichiro que se sienta afuera enredado en los mismos pensamientos. También ese deseo callado de los protagonistas que se parece tanto al de Sadako de "Vivir su vida de antes".»
Ezequiel Bottaro
«Hermoso cuento. Me gustó la manera que elige el autor de narrar un hecho trágico, cargado de nostalgia, de dolor. Cómo, entre la escena familiar y los recuerdos de Ichiro, encuentra la manera de resignificar el pasado para abrir un espacio de esperanza. Las imágenes están todo el tiempo presentes. Tiene ritmo y tensión. Atraviesa, sin escollos, el momento en el que todo hace pensar en la muerte de Ichiro, y nos regala un final luminoso, como esas luciérnagas que se posan en sus manos. Un texto que obliga al lector a comprometerse con la historia, en el que, como si estuviera agujereado a propósito, hay muchos espacios en los que es más importante lo que no se dice. Me gustó y disfruté de su lectura.»
Alberto Chaile
Estoy más que agradecida con todos y cada uno de quienes entraron a leer y contar sus impresiones sobre este cuento. En especial, quiero agradecer la paciencia y el interés de Miguel Sardegna, su autor, por tomarse el trabajo de escribir un comentario muy rico sobre cómo surgió esta historia para poder compartirlo con los lectores de #LaAquateca.
El próximo jueves nos volvemos a juntar on-line para leer uno más de los #NarradoresRioplatenses que he seleccionado para el Taller de Lectura a Distancia. Daremos un gran vuelco así que cuidadito con saltarte el encuentro.
Recuerda que esta es una actividad gratuita y exclusiva para miembros de la comunidad de #LaAquateca. Si quieres sumarte sólo tienes que completar el formulario haciendo clic acá. La otra opción es que me escribas a difusion.aquavioleta[@]gmail.com y te anoto.
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Gracias, Maumy, por tu amorosa dedicación. Esperamos el próximo cuento con ganas.
ResponderEliminar¡Qué linda, Andrea! Muchas gracias a ti y al resto de la muchacha por sumarse a participar. Ojalá el cuento que viene también les guste. ¡Abrazo!
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