Por WB
A primera vista, las doce historias que componen Los árboles caídos también son el bosque son muy diferentes entre sí: unas transcurren en Japón, otras en Argentina. Suceden en ámbitos rurales, urbanos, la Patagonia, una isla.
Sin embargo, todo el grupo tiene una uniformidad evidente, como si las viéramos a través de un filtro de Instagram. Por eso no nos hace ruido saltar de un país a otro, ni de un viaje al hastío, del nacimiento al suicido o de la guerra a la introspección.
Y a medida que vamos pasando las páginas se nos va revelando una mirada muy personal, un estilo construido con oficio.
Lo vemos en la manera de contar las historias y de transmitir la turbiedad existencial que envuelve las vidas de los personajes; en la manera en que va emergiendo y construyéndose la segunda historia ―la esencia del cuento― más allá de la literalidad de las palabras.
Pero hay, también, otra cosa en los cuentos. Es un mecanismo oculto, basado en la economía de escribir lo justo y necesario ―y en el perfecto manejo de metáforas y comparaciones―, para decir mucho que seduce y conmueve.
El mejor ejemplo de lo anterior tal vez sea "Un desayuno perfecto", cuento que abre el libro y que narra la preparación de un desayuno japonés por parte de una mujer para su marido y su hijo. Desde el comienzo de la historia acompañamos a la mujer hasta el mercado a buscar pescado fresco, a elegir el resto de los productos y vemos cómo dispone todo sobre la mesa cuidando las distancias y el equilibrio geométrico y visual de los manjares según los colores, aromas y texturas. Sin embargo, este ritual gastronómico y sensorial, en apariencia perfecto, no alcanza a tapar la fisura de un drama cotidiano y existencial que recién se nos revela al final.
"Partir" es otro cuento que muestra la técnica y el estilo sobre el que se basa la narrativa de Kamiya. "Partir" es un relato sobre la identidad donde el significado de las palabras, utilizadas con precisión y exactitud, sirve para contar la historia de un padre, de una mujer (su hija) y de un nacimiento y de los sentimientos y preguntan que genera en un momento de la vida la genealogía familiar.
"Arroz", otro cuento de los "cuentos japoneses" del libro junto con "Partir" y "Un desayuno perfecto", va también en esta línea y aborda la necesidad de conocer el pasado ante la cercanía de la muerte.
Son notables los cuentos más breves como "Tres sillas", donde se aborda el tema de la ausencia y su vínculo con el orden de los objetos y "Tan breves como un trébol" y "La oscuridad es una intemperie". En estos dos últimos se aborda el tema de la existencia del ser humano. En el primero, a partir del accidente que sufre un niño en el campo; en el segundo, a partir de la relación que entablan dos mujeres que comparten un balcón separado por una mampara.
La escritura de Alejandra Kamiya es clara y precisa. Fluye, en equilibrio, a través de un paisaje de imágenes poéticas y sutiles.
Y es ese estilo lo que nos atrapa y fascina como lectores.
Los árboles caídos también son el bosque (2016), de Alejandra Kamiya, fue publicado por Bajolaluna.
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