[Imagen intervenida. Original vía: Pulo] |
Por Fernanda García Curten (*)
Sucedió cuando ya estaba irremediablemente sumergida en la bañadera, quieta, viendo cómo una magnolia blanca se deslizaba por la superficie hasta encallar en el torso grisáceo del tritón. Porque en el último tiempo se había puesto así, de un gris sucio, como si todo su cuerpo estuviera untado de ceniza. Su ojo azul, entreabierto a ras del agua, parecía mirarme desde un sueño. Había adherido a mi cuerpo su larga cola de pez de la que cada tanto se desprendía hacia la superficie alguna escama plateada, ya transparente y pegajosa como un pétalo podrido.
Los hombres solían llegar desde lejos. Cruzaban el muelle y pasaban bajo la glorieta, y luego bajo la ventanita redonda. Del otro lado yo oía sus voces y podía escuchar lo que decían, adivinar su edad, saber si venían solos o acompañados de alguna mujer. Oía a mi padre invitándolos a caminar hasta la orilla de la barranca, allí donde están las fuentes. Mi padre ha levantado esas fuentes al pie de la barranca, junto al río. Los hombres venían en barco para verlas, venían en lancha o en canoa. A todos les gustaban las fuentes.
Esa tarde yo no había querido entrar en la bañadera. Tuve miedo de oír por fin la voz de un hombre como para enamorarme y que me llevara con él y yo ahí metida en el agua, tapada de flores, sin poder salir a conocerlo. Cuando me baño pongo a flotar magnolias blancas o jazmines o flores de almendro y luego no es fácil salir del agua sin que se hundan. Entonces oí el motor de una lancha apagándose junto al muelle, los pasos de mi padre que se acercaron por el camino y esa otra voz llegando desde la ventanita. Traté de enderezarme, de escuchar bien, pero la voz nueva se perdía tras el murmullo sordo de la vieja canilla que no cierra. Antes de que se alejaran alcancé a distinguir con claridad. Era un hombre joven, era un hombre solo: la voz de un hombre como para enamorarme y que me llevara con él. Salí de la bañadera chorreando agua hasta el espejo y me envolví en la toalla. Pensé que debería haber estado lista, vestida y peinada, bien lejos de ese baño, de esa agua turbia y del tritón. De pronto oí la voz de mi padre, cerca otra vez; había dicho adiós y gracias. Y enseguida el motor de la lancha perdiéndose en el río.
Dejé caer la toalla y me vi desnuda en el espejo. Tenía pétalos y escamas rotas pegadas en las piernas, el pelo enredado, olor a magnolia y a pescado en todo el cuerpo. Entre las flores vi asomar un ojo azul. Lo dejé mirarme. Me miraba con deseo pero parecía enfermo. Entonces pensé que debía hacer algo con el tritón. No invocarlo más o de una vez por todas matarlo.
La primera vez que vi al tritón fue al comienzo del verano, luego de aquella crecida que dejó las fuentes de mi padre bajo el agua y antes había arrastrado árboles, leones de piedra y una cabeza tallada de Venus que hasta el día de hoy nunca volvió a la orilla. Días después, el tritón estaba en la bañadera como si de algún modo lo hubiera traído la corriente o como si siempre hubiese estado allí. Pensé también que pude haber sido yo misma quien lo llamara, sin saberlo, al entonar esa melodía difusa que me enseñó mi abuela muerta y consiste en sellar suavemente los labios y emitir una eme infinita que sube, baja, decae y se alarga y nunca se sabe a dónde conduce ni cuándo va a terminar. Había entrado en la bañadera muy despacio, cantando así, poniendo cuidado en no hundir las flores alrededor. El agua estaba tibia. Todavía era temprano para los visitantes de las fuentes, todavía el sol caía de punta sobre el río y alargué las piernas sumergiéndome del todo. Cuando abrí los ojos bajo el agua, vi la cola del tritón. Su aleta caudal reposaba en el fondo como una gran mariposa ahogada. Más allá, su abdomen interrumpido por el cielo de la superficie y el resto de su cuerpo de hombre erguido y fuera del agua. Salí a flote corriéndome el pelo de la cara; entonces él apoyó su mano en mi rodilla y luego, con inesperada firmeza, la deslizó hacia el centro, entre mis muslos. Por un instante pude ver cómo uno de sus ojos se tornasolaba muy rápido hasta volverse completamente azul. Pensé que el tritón podía haber estado en la bañadera desde mucho tiempo atrás —adherido, microscópico— una yema azulada dentro de un huevito transparente, un pequeño feto algo monstruoso pero tan pequeño y húmedo y de un día para otro haber crecido lo suficiente como para que su mano de hombre pudiera tenerme ahora bien agarrada, de abajo y de adentro. Llevé la cabeza hacia atrás y fue como ver el baño por primera vez. Vi las viejas mayólicas con sus descoloridos motivos de algas, peces y mujeres con cántaros; cada una con sus vetas y cuarteaduras como si en algún momento, o quizá ese mismo día, opuestas al nacimiento del tritón, esas paredes que me rodeaban hubieran muerto y cada mujercita con cántaro, cada alga, cada pez, acatara el destino de esa muerte. Un rato más tarde él me soltó. Yo tenía los ojos cerrados y creo que grité; al abrirlos descubrí la hondura de su columna vertebral curvándose hasta desaparecer en el agua inmóvil de la bañadera. Luego vi la ventanita redonda, alta en la pared como una luna interior. Las magnolias habían naufragado. Era de noche.
Ya dije que en ese tiempo yo pasaba los días esperando oír la voz de un hombre como para enamorarme y que me llevara con él. Sentada contra la puerta del baño, cuando me daba cuenta de que empezaba a oscurecer y afuera sólo se oía la voz de mi padre u otras voces conocidas de gente que ya había estado por aquí —voces descartadas por mí que no eran como la voz de mi padre pero que de algún modo también se le parecían— cuando las oía retumbar bajo la ventanita, alejarse por la glorieta y luego ir apagándose en el muelle, entonces volvía a llenar la bañadera y empezaba a desnudarme.
Siempre que lo esperaba, el tritón venía. Parecía gustarle verme soltar las flores en el agua. Yo hacía de cuenta que no lo miraba. Él seguía atentamente mi mano con su ojo azul. De pronto parecía jugar, se arqueaba dando coletazos, me salpicaba la cara sumergiéndose otra vez, hasta que se quedaba muy quieto cuando yo lo sujetaba fuerte del cuello y le acariciaba las escamas de la cola con mis dedos, una por una, hasta que me cansaba.
Algunas noches lo hacía venir hasta mi cama. Lo oía arrastrarse por la casa, chasquear su aleta para darse impulso y zambullirse bajo la manta. Nunca dejó de hacer calor por las noches pero yo no sacaba la manta; me gustaba hacerlo sudar, hacerle soltar ese aceite dulce que al lamerlo me adormecía la lengua. En la penumbra del cuarto y con la luna brillando sobre el río veía montarse en mí su gran lomo plateado, aunque en las noches menos claras o tal vez en el último tiempo ya no lo veía de ese modo. Era como si su pecho y su espalda se hubieran ido ajando hasta volverse de cobre opaco.
Fue una de esas noches, quizá la última, cuando vi su sexo por primera vez. Como un raro junco aflorando desde algún lugar secreto entre sus pliegues. Quise tocarlo para ver qué hacía entonces todo su cuerpo tembló y un lamento como de monstruo marino retumbó en su pecho de hombre.
A la mañana siguiente me despertó un escalofrío. Intenté levantarme de la cama pero me detenía el abrazo del tritón. Estaba dormido. Era de día y él todavía estaba ahí. Sentí la garganta reseca y un hormigueo en el paladar y pensé, será por este animal que quién sabe de dónde venga y qué pestes de inundación haya traído con él. Lo hice a un lado como pude y salí del cuarto. Cuando volví a asomarme ya no estaba.
Pasé tres días sin bañarme. Anduve sola por la casa con la cintura deshecha, la boca ardiente y el pelo recogido. Cuando me sentí mejor volví a esperarlo. Ahora era él quien parecía estar incubando algo, algo de mí. Como si con mi boca o mis uñas yo lo hubiera herido, envenenado, enfermado conmigo. Lejos de su azul plata original había tomado un aire lastimero y ceniciento.
Fue por fin aquella tarde, la tarde de la voz, cuando supe que tenía que deshacerme de él. Estaba ya sin escamas, boyando en la bañadera como un ahogado. Yo había dejado caer mi toalla al piso, los pasos de mi padre volvieron por el camino y la casa entera quedó en silencio. Sólo se oía el ruido hueco de la vieja canilla que no cierra, su aullido de otro mundo. El hombre joven se había ido y su voz, que por tan breve tiempo resonó bajo la ventanita, se había ido con él.
Entonces fui al cuarto por un vestido, salí de la casa descalza, bajé hasta el muelle. Había viento sobre el río y el agua comenzaba a encresparse. La corriente iba hacia el canal. La canoa de mi padre tironeaba de su amarre; logré acercarla y salté al interior. Con el viento en la cara y el pelo revuelto me dejé hamacar, me cubrí los hombros con las manos y canté. Entonces lo vi llegar arrastrándose. Estaba sucio, embarrado, y con una parte de la cola en carne viva. Me di cuenta de que nunca antes lo había visto así, completamente fuera del agua, a plena luz del día. Pensé que no era gran cosa el tritón. Hizo una especie de último esfuerzo, trepó, rodó y se dejó caer en el fondo de la canoa como una red vieja. Era eso lo que le había pasado; había envejecido. Como mi padre, como todos los hombres y mujeres de esta isla, sólo que él había envejecido antes de acabar un verano. De pronto ya no se movía pero su ojo azul, que no advertí hasta un instante más tarde, pareció mirarme con dolor aunque en realidad estaba abierto y fijo como el de un pescado. Busqué el equilibrio y a duras penas mis manos alcanzaron el muelle. El viento arreció. Logré desamarrar la canoa y le di un empujón con las piernas para que se la llevara la corriente.
De nuevo en la casa encontré a mi padre. Dijo que esa tarde había estado ese muchacho amable del observatorio. Dijo que habría una creciente grande, mucho más grande que la anterior. Me vi a mí misma, temprano, bajo la ventanita. Aquella voz desconocida y perdida para siempre se fundía con la imagen de un muchacho que había visto un montón de veces, algo flacucho, con uniforme de la subprefectura.
Ahora, cuando ha pasado quién sabe ya cuánto tiempo y las fuentes siguen bajo el agua no oigo más que los pasos de mi padre yendo a verlas como quien sueña una ciudad sumergida. Yo me meto en la bañadera cada siesta y después salgo ante el río infinito. Durante días un barco pareció venir hacia acá; hoy, ha desaparecido. De noche ya no hace tanto calor como antes, las madrugadas son frescas pero igual no puedo dormir. Escucho el ruido de la canilla vieja del baño. Es como un canto remoto y sin aliento y me imagino que es el tritón que me está llamando. De buena gana lo traería a la cama conmigo si no fuera porque está muerto, abrazado a la cabeza de Venus en algún lugar del río, derivando entre los restos de una canoa deshecha por alguna tempestad.
***
(San Pedro, 1968)
Narradora argentina. Publicó dos libros de cuentos por los que recibió el 2do Premio del FNA y el 1er Premio Latinoamericano Edmundo Valadés (Puebla, México). Su primera novela, La reemplazante (Bajolaluna, 2012) obtuvo la mención de Casa de las Américas (Cuba) y la del Premio Nacional de Novela (2009-2012). Actualmente coordina talleres de escritura y se desempeña como Secretaria de Redacción de la revista La balandra.
"Tritón" fue publicado originalmente en el libro La noche desde afuera (Galerna, 1996). Se publica en #LaAquateca con permiso de la autora.
🌼
Excelente cuento del realismo mágico rioplatense. Lo disfruté mucho. La cocina del cuento tan fascinante como el cuento mismo. Me sentí muy identificada con la influencia del la sirena de Mujica Láinez que me marcó también cuando lo leí hace ya muchos años.Pobre Tritón enamorado, que mal destino haberse encontrado con ella, la que esperando a quien nunca llegó, no supo apreciarlo. El cuento destila un erotismo oculto, velado y por eso más tentador. La única mujer, rodeada de hombres, hasta el río es hombre, pero ella quiere algo que no llega y que tal vez ni el Tritón, ni ningún hombre pueda darle.
ResponderEliminarMuy interesante tu interpretación, Irene. En especial aquello de estar rodeada de hombres, "hasta el río es hombre", tienes razón.
Eliminar¡Gracias por tu comentario!
El relato me atrapó con su delicada sensualidad. Transmite un clima de espera y deseo que disfruté.
ResponderEliminarEste cuento me incita a leer toda la obra de Fernanda García Curten a quién no conocía. ¡Gracias por acercarme a ella!
Silvia
¡Qué alegría despertar tu entusiasmo lector, Silvia! Cuando puedas, busca "La reemplazante", magnífica primera novela de esta autora. ¡Abrazo y nos leemos el próximo miércoles!
EliminarUn cuento fantástico. Una atmósfera de erotismo y sensualidad sobrevuela tod@ la historia. Deseo, espera, encuentro y desencuentro. La vida misma contada desde otro lugar, un lugar que me hace pensar en un cuento de hadas
ResponderEliminar¡Gracias por la lectura y el comentario, Loli! Seguimos la próxima semana. ¡Abrazo!
EliminarUn cuento fantástico. Una atmósfera de erotismo y sensualidad sobrevuela tod@ la historia. Deseo, espera, encuentro y desencuentro. La vida misma contada desde otro lugar, un lugar que me hace pensar en un cuento de hadas
ResponderEliminarUn desafío aportar mi punto de vista en ese mundo íntimo y femenino que despliega Fernanda. La protagonista va y viene plena de sensaciones por el cuento con cierto entusiasmo, y sin embargo las acciones que no llegan a concluirse no la desaniman, ella sigue soñando que puede ser posible, ella sigue sintiendo que va a ser posible. Por otro lado el lector cree entender, pero al siguiente párrafo ya no está tan seguro de haber comprendido. Un texto que nos permite ser parte del mismo de una manera inexplicable. Esos momentos que son y que no pueden explicarse con el lenguaje.
ResponderEliminarHermoso, Daniel. Me alegra que hayas disfrutado de este cuento de Fernanda García Curten. Te dejo un gran abrazo.
EliminarLo leí y releí, me gustó ese ambiente líquido y fantástico. Me llamó mucho la atención la división de los espacios.
ResponderEliminarAfuera, al otro lado de la ventanita redonda están los sueños, lo que ella, la protagonista, espera: la voz del hombre que la enamore y la lleve con él.
Adentro está lo fantástico, esa “realidad” que sucede en un ambiente de agua, pétalos y escamas.
Me gustó mucho.
¡Gracias, Fernanda, por compartir tu experiencia con el cuento! Es genial.
"Ambiente líquido y fantástico", ¡qué lindo! Me alegra que hayas disfrutado del cuento. Nos seguimos leyendo. ¡Un abrazo!
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