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Por Roberto Montaña (*)
Las sábanas se pliegan violentamente, provocando una brisa que balancea durante unos segundos el colgante del techo de chapa. Los pies buscan el calor de las medias que habían pasado la noche debajo de la almohada. Cuando bajan de la cama tropiezan y la boca putea en voz baja, porque no quiere despertar el llanto que recién se había dormido a la madrugada. Las manos sacan la cuna del paso y la dejan frente al armario. Mientras tanto, en la cocina, hay un par de zapatos desgastados por el peso del otro cuerpo que habita la casa. Se arrastran por el piso siguiendo una rutina que repiten a diario. La hornalla se enciende y las llamas iluminan la pava tiznada. Lava el mate bajo un chorro de agua helada. Después viene el primer cigarrillo. Y esperar a que el hervor rompa el silencio de la mañana.
La tormenta ya estaba lista en el horizonte y el viento la empuja hacia la casa. El armario lo sabe y se apura para dejar salir una calza y una remera agujereada, adentro se insinúan otras cosas que poco a poco fueron ganando el lugar que estaba reservado para la ropa: dos baldes de albañil, un ventilador desarmado, el motor de la heladera, una maza y, encima del techo, en un alarde de equilibrio, varias cajas con las cerámicas que la cocina espera desde hace años. Ninguna se mueve de su lugar, ninguna responde a la mano que quiere cerrar la puerta a la fuerza. Solo la bisagra se rebela, y salta arrancando la astilla que va definiendo las cosas.
En la cocina la silla se entrega al cuerpo, fofo, lampiño, que sorbe un mate tras otro. Escucha los pasos que se acercan desde el dormitorio y los recibe con desprecio. Los pasos siguen de largo y se plantan delante de la pileta donde se amontonan los platos sucios. La cara arrugada soporta el agua fría de la canilla y no se seca de pura rabia. Desde el bolsillo del pantalón unas monedas se ofrecen sobre la mesa. La bolsa de los mandados encuentra una mano, mientras la otra recoge el dinero y sale, altiva, hacia la calle. A la radio que está sobre la heladera no se le ocurre mejor cosa que anunciar mal tiempo.
En la cocina la silla se entrega al cuerpo, fofo, lampiño, que sorbe un mate tras otro. Escucha los pasos que se acercan desde el dormitorio y los recibe con desprecio. Los pasos siguen de largo y se plantan delante de la pileta donde se amontonan los platos sucios. La cara arrugada soporta el agua fría de la canilla y no se seca de pura rabia. Desde el bolsillo del pantalón unas monedas se ofrecen sobre la mesa. La bolsa de los mandados encuentra una mano, mientras la otra recoge el dinero y sale, altiva, hacia la calle. A la radio que está sobre la heladera no se le ocurre mejor cosa que anunciar mal tiempo.
El cigarrillo termina de consumir su bronca cotidiana, cuando los pasos vuelven del almacén. Con un golpe seco sobre la mesa el cuerpo quiere marcar territorio, pero en vez de amedrentar le responden con un furioso reclamo. No hace falta nada más para que restos de saliva y yerba comiencen a llover sobre la mesa. Poco tiempo después el mantel que ahora la cubre descansará en paz sobre el piso del dormitorio. Pero ahora no, ahora es tiempo de las gargantas enrojecidas, de los ojos inyectados, de la escoba que desparrama polvo en vez de juntarlo; de los dedos que señalan el cielo como si buscaran una explicación para lo que todavía no ha pasado.
En el dormitorio despierta el llanto. Pero en la cocina hay tanto grito que nadie lo escucha. El gato deja su rincón y camina hasta la cuna. Olfatea el aire y salta sobre la cama revuelta. Mueve la cola mientras mira el colgante del techo, que ahora da vueltas como si tuviera voluntad propia.
El mate se enfrió de tanto dibujar argumentos en el aire. De pronto se cansa y cruza, furioso, el cielo de la cocina. Se hace pedazos contra la alacena, que tampoco sale ilesa del asunto. La cabeza que lo esquivó ordena a las manos empuñar el cuchillo que anoche sirvió para cortar la carne de la cena. Pero no pasa de las amenazas previsibles. Ni siquiera se anima, al menos, a apuntar al pecho que ahora se golpea a sí mismo con arrebato pendenciero.
La leche se derrama sobre la hornalla y apaga el fuego. La mamadera espera en vano, junto a la pava que deja oír un silbido agudo como un lamento. Cuando la silla cae al piso ya nada vuelve a ser como era antes. Las zapatillas escapan al dormitorio, seguidas de cerca por los zapatos desgastados. Un rayo estalla con furia, y el susto condimenta la ira.
El armario empieza a hacer su trabajo, cortando el paso, fastidiando con la puerta desvencijada que se abre una y otra vez. Para colmo la lluvia entra por la ventana, salpica los muebles y vuelve resbaloso el piso de cerámica. La persiana también colabora y se niega a bajar. La insultan, cada vez con más fuerza mientras el brazo tira de la correa como si quisiera arrancarla de cuajo. Entonces cede, porque sabe que no tiene que ser el centro de la escena, sino ayudar a que todo siga el curso de los acontecimientos.
La leche se derrama sobre la hornalla y apaga el fuego. La mamadera espera en vano, junto a la pava que deja oír un silbido agudo como un lamento. Cuando la silla cae al piso ya nada vuelve a ser como era antes. Las zapatillas escapan al dormitorio, seguidas de cerca por los zapatos desgastados. Un rayo estalla con furia, y el susto condimenta la ira.
El armario empieza a hacer su trabajo, cortando el paso, fastidiando con la puerta desvencijada que se abre una y otra vez. Para colmo la lluvia entra por la ventana, salpica los muebles y vuelve resbaloso el piso de cerámica. La persiana también colabora y se niega a bajar. La insultan, cada vez con más fuerza mientras el brazo tira de la correa como si quisiera arrancarla de cuajo. Entonces cede, porque sabe que no tiene que ser el centro de la escena, sino ayudar a que todo siga el curso de los acontecimientos.
La funda de la almohada recibe las primeras lágrimas del día. No logra conmover a la foto, que de todas maneras deja el clavo de la pared y se estrella contra el piso, desparramando sonrisas y vidrios por todo el dormitorio. La lámpara decide improvisar. Titila, expulsando una luminosidad inédita, o se apaga unos instantes y al volver arroja chorros de luz que encandilan los ojos ciegos de furia. Los rayos caen cada vez más cerca y asustan a los muebles en cada trueno. No hace falta nada más. El cinto sale del pantalón y empieza a golpear a la espalda indefensa. Los gritos alimentan las ganas y la caja de música, regalo de casamiento, aprovecha el descuido y descarga todo el peso de su melodía sobre la frente desprevenida. La lámpara por fin estalla y todo se vuelve oscuro. Los muebles se cruzan delante de los pasos frenéticos que buscan venganza. La furia rebota contra las paredes, contra el techo de chapa. La sangre dibuja una araña sobre la cara desencajada. Hasta un zapato deja el pie para que un vidrio se clave sobre el talón desnudo e indefenso.
El armario vuelve a abrir su puerta por última vez esa mañana, y al fin recibe el golpe que estuvo esperando hace tanto tiempo. La pata se quiebra, el peso lo vence, y aún así se balancea como si no estuviera decidido. Pero las cosas que guarda dentro no dudan en salir de su letargo y empujan con fuerza hacia adelante, hacia el lugar convenido, hacia el llanto en la cuna que calla para siempre.
(*) Roberto Montaña
(Montevideo, 1963)
Es licenciado en Filosofía. Cursó literatura en la UBA con Ricardo Piglia y Beatriz Sarlo. Desde 2010 forma parte del grupo de talleristas del escritor Vicente Battista. Sus cuentos han sido publicados en diferentes antologías y revistas. Su primera novela, Washington, fue distinguida por el Fondo Nacional de las Artes y publicada por la editorial Simurg. En 2016 publicó el libro de cuentos Los otros hijos bajo el sello Zona Borde. Actualmente, coordina el Taller Literario de la Biblioteca Popular Victoria Ocampo de la ciudad de Ranelagh.
"Cosas que pasan" forma parte del libro de cuentos Los otros hijos (Zona Borde, 2016). Se publica en #LaAquateca con autorización del autor.
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Un relato muy potente donde las cosas y los objetos parecen tener vida propia, se los nombra realizando acciones separadamente del sujeto que las realiza. Muy original este modo de narrar de Roberto Montaña. Se percibe y se hace carne en uno la violencia de la escena hasta el silencio y la oscuridad del final.9
ResponderEliminarSí, efectivamente, uno de los logros de este cuento de Roberto Montaña es reflejar la inminencia del desastre usando como foco los objetos. Aunque, según él mismo dice en el comentario que compartió con los lectores del taller, es un cuento viejo, no deja de demostrar la pericia narrativa de él como autor. ¡Gracias por sumarte a la lectura, Loli!
EliminarMaumy querida, antes que nada, muchas gracias por esta nueva edición del taller. Y por acercarnos a este autor. Ahora sí, voy a él:
ResponderEliminarTu comentario sobre el cuento y el reloj me hizo acordar a lo que decía Isidoro Blaisten: “el cuento es un género de maniáticos y relojeros”.
Y en este cuento se cumple bien, encaja todo perfecto.
Me costó, apenas empecé a leer, entender quién estaba narrando, qué se estaba narrando.
Pero a las pocas líneas empecé a hilvanar, a entender que se narra desde los objetos, desde la misma acción de los objetos, y desde las partes de un cuerpo que entre medio de todas esas acciones se va dejando entrever.
Y esto es una de las cosas que más me llamó la atención: ese cuerpo que se puede apenas vislumbrar, que se dibuja, pero nunca llega a verse del todo. Un cuerpo que se presiente: a través de ese contorno con pie, con oreja, mano, cigarrillo, mate… tormenta. Y que en un momento sentí que estaba a punto de ver por completo.
Otra cosa que me llamó mucho la atención es como en un punto se empieza a precipitar la historia. Me recuerda a una bicicleta que va ganando velocidad de forma vertiginosa, como el cuento, que toma también velocidad y precipita todos los elementos para terminar… como la bicicleta, imparable, estrellándose.
Por un momento me asfixié, me hizo recordar a lo que sentía cuando estaba por llegar un ataque de pánico: pensaba que los objetos iban a moverse solos y a llegar hasta mí para hacerme daño, que un triciclo (tan inocente como ese que ilustra el cuento) se me iba a venir encima y me iba a pisar.
Impresionante cuento, sobre todo por lo que no se ve, por lo que no se nombra, y por todo lo queda reverberando.
Y al final creo comprender (o me imagino) por qué no es la persona entera la que busca, la que camina, la que insulta, ni la que esquiva, ni la que llora. Son sus partes, y es perfecto, porque estas personas ya estaban rotas.
Excelente texto, espero que se entienda mi comentario, todavía estoy temblando.
Besos.
¡Hola Mirtha! Me encantó tu lectura. Es fascinante como cada quien visualiza a su modo el texto. Muy interesante eso de "que estas personas ya estaban rotas", interesante y acertado, a mi modo de ver. Estoy compartiendo desde la fanpage del blog los comentarios, me llevo este hasta allá para que otros lectores también lo puedan apreciar. ¡Muchas gracias por sumarte al taller!
EliminarGracias, Eme, se entiende todo perfecto y mejor no podía estar dicho.
EliminarMe encantan los cuentos que son un reloj. La musicalidad, el ritmo que le otorga la puntuación y la síntesis que se emplea para darnos la ilusión de lo concreto cuando en realidad nos dice mucho más de lo que aparenta.
ResponderEliminarTambién me sucedió que tuve que releer el primer párrafo para poder entrar en el ritmo y entender el punto de vista del narrador. Al principio confunde darle voz a lo inanimado, hasta que se nos vuelve cotidiano en la misma lectura.
Pero el escritor , que supo marcar el tiempo preciso, comenzó a introducirme en lo relevante del relato en el momento que describe al armario y a lo que le ponen delante de él: la cuna. Desde ese momento espere el desenlace anticipándome a la desgracia, aún sin saber que habría una discusión y otra muerte.
Me hizo recordar un cuento de Juan Rulfo: "La vida no es muy seria en sus cosas", de su antología personal. ¿Lo conocen?
¡Muy lindo primer encuentro!
Victoria
Hola Victoria, ¡gracias por leer y comentar! Es muy interesante cuando un texto te recuerda otras lecturas. Encontré el cuento al que haces referencia en este enlace: http://ficus.pntic.mec.es/~jmas0085/juanrulfo.htm Lo dejo por si alguien quiere leerlo. ¡Abrazo!
EliminarMe encantan los cuentos que son un reloj. En este caso, me sorprendió que mientras se aparenta una forma de narrar concreta y sintética , se diga mucho más de lo que percibimos, lo que nos ayuda a entender en totalidad el relato.
ResponderEliminarEl escritor supo marcar bien el ritmo de lo relevante, por eso descubrimos que la descripción del armario no es casual, y la cuna frente a él tampoco. De esta forma nos anticipa al desenlace trágico, pero a la vez nos guarda la sorpresa de una discusión y otra muerte que aún no esperábamos. Es como desviarnos la atención (sabemos que algo le sucederá al bebé) y comprometernos con la lectura mientras se van contando nuevos hechos igual de importantes.
Por su temática y el armario, me hizo recordar un cuento de Juan Rulfo de su antología personal: "la vida no es muy seria en sus cosas" ¿Lo conocen?
Gracias por este hermoso primer encuentro.
Hola Maumy y gente lectora!
ResponderEliminarEs mi primera participación aquí. Vengo leyendo el Aquateca pero nunca escribí ni participé en algo como ese taller de lectura. Así que agradezco poder expresarme.
En cuanto al cuento coincido con los comentarios previos en cuanto a la forma de describir las cosas con movimientos y vidas propias. Me pareció un relato atractivo en general, descriptivo en particular. Agregaría que desde el primer párrafo se percibe un aire violento, un ambiente marginal que muchas veces relacionamos "automáticamente" pobreza con violencia. Sin embargo a lo largo de la lectura uno empieza a reflexionar que también puede ser en un hogar de clase media tranquilamente. Las palabras del autor describe cosas, animales, clima, hogar, personas (aunque sea a media) de una forma delicada y suave como una sinfonía. Y como sinfonía va in crescendo hasta llegar a un clímax que te deja sin aire como cuando el placard llega a su destino final y el silencio del crío llena la lectura.
Para terminar quiero referenciarme a ese silencio final. El autor logra llenar el aire con un silencio ruidoso, un silencio denso e intenso como si fuera un alarido desesperante. Logra que el silencio tenga sonido propio a través de las palabras.
Felicito al autor. También a Maumy por la iniciativa y agradecer por acercar una lectura y un autor nuevo en mi biblioteca mental de la vida.
Saludos!!
¡Hola Roberto!
EliminarMe alegra que te haya entusiasmado la idea de sumarte al taller y dejar tus comentarios.
Es muy interesante el aporte que haces sobre la "sinfonía", alguien más encontró cierta similitud del texto con una obra teatral. La musicalidad, la capacidad de generar ambiente, de marcar las sensaciones son parte fundamental a la hora de construir un texto narrativo. Y es algo que logra muy bien Roberto Montaña en este cuento.
También me interesó lo que mencionas del silencio, ese "silencio ruidoso" que va colmando el texto hacia el final. ¡Muy ilustrativo!
Espero leerte de nuevo la semana que viene.
¡Un abrazo!
Uy! No conocía el cuento. Coincido con mucho de lo comentado por los demás. Esas pinceladas que son casi de animismo sin llegar a serlo son maravillosas. Y ese comienzo de desaceleración hasta que todo se precipita, (la furia y la tormenta) está muy bien logrado. Y del silencio del final, no hay nada que agregar: es impecable y muy fuerte. Gracias por dejarnos compartir. Un abrazo.
Eliminar¡Gracias por pasar a leer y compartir tus impresiones, Gladis!
EliminarHola. Me acabo de sumar a este grupo, a leer con ustedes.
ResponderEliminarMe fascinó este cuento. Cuánto muestra cada palabra, cada oración. Cuánta habilidad para poder introducirnos en la historia y hacernos participar de todas esas sensaciones.
Feliz de poder disfrutar de tan linda actividad!! Felicitaciones a quienes organizan y brillante cuento. Muchas gracias! Karina
Gracias por sumarte a la iniciativa, Karina. Espero seguir leyendo tus comentarios en los próximos encuentros. ¡Abrazo!
EliminarCreo que corro el riesgo de repetirme, pero temo haber cometido un error antes. Acá va y disculpen.
ResponderEliminarUy! No conocía el cuento. Coincido con mucho de lo comentado por los demás. Esas pinceladas que son casi de animismo sin llegar a serlo son maravillosas. Y ese comienzo de desaceleración hasta que todo se precipita, (la furia y la tormenta) está muy bien logrado. Y del silencio del final, no hay nada que agregar: es impecable y muy fuerte. Gracias por dejarnos compartir. Un abrazo.
Hola, Maumy. Leí el cuento, así como al pasar ya que me encuentro con los tiempos ajustadísimos(¿Qué irrespetuoso para con el cuento, no?). Pero me enganchó la voz, la perspectiva de los objetos "inanimados" desde la que está contado y me arrancó de mi cotidianeidad para sumergirme en otra, hipnótica, sórdida. Verdaderamente un hallazgo. La prosa de Montaña tiene una fuerza inusitada, se balancea entre lo preciso y ominoso con un equilibrio de diapasón. El cuento es brutal, preciso, creativo. Muchas gracias por compartirlo.
ResponderEliminarHola, Severo. Si el cuento logró sacarte de la vorágine diaria es fantástico. Me contenta que hayas tenido chance no sólo de leer sino de dejarnos tu comentario. Seguimos el próximo jueves. ¡Abrazo!
EliminarInteresante punto de vista el del narrador de este cuento para comenzar. No había leído, no que yo recuerde, ningún cuento con un punto de vista similar, narrado desde las acciones que reciben los objetos por estos personajes. A la vez, me resulta muy interesante como una lectura nos puede derivar a otras, por estar relacionadas en algún modo con ésta. Me encanta que un cuento sugiera la lectura de otro, que tengan esa interconexión; así como un autor nos lleva a otros también.
ResponderEliminarLo que es narrar encontrando las palabras justas. Justas para imaginarnos y entender a la perfección a los personajes y su entorno. A través de esas palabras justas, el cuento nos muestra y nos da la idea de que esas cosas que pasan, en ese hogar como en tantos otros hogares humildes muchas veces, pasan tooooodooooos los días dentro de una rutina agobiante.
¿Por qué todas esas cosas adentro de un ropero? Esto sirve a la trama del cuento y por algo tiene su razón de ser, como esos detalles que encontramos y que suman para darnos una idea nítida y concreta de la situación que se describe. Percibimos así también el desprecio que siente la mujer por su marido y sin embargo, se queda, aguantando a su lado, conviviendo bajo el mismo techo. Amenazas que se retractan sin poder más: “La cabeza que lo esquivó ordena a las manos empuñar el cuchillo que anoche sirvió para cortar la carne de la cena. Pero no pasa de las amenazas previsibles. Ni siquiera se anima, al menos, a apuntar al pecho que ahora se golpea a sí mismo con arrebato pendenciero.”
Encontramos en el texto más y más augurios de la catástrofe:
“A la radio que está sobre la heladera no se le ocurre mejor cosa que anunciar mal tiempo.”
“Pero ahora no, ahora es tiempo de las gargantas enrojecidas, de los ojos inyectados, de la escoba que desparrama polvo en vez de juntarlo; de los dedos que señalan el cielo como si buscaran una explicación para lo que todavía no ha pasado.”
De tantos gritos que hay en la cocina, nadie escucha “al llanto”. Solo el gato acude a él, mientras la pelea sigue. Aunque vemos que “La mamadera espera en vano, junto a la pava que deja oír un silbido agudo como un lamento. Cuando la silla cae al piso ya nada vuelve a ser como era antes.” Ya nada será igual.
Más y más enojo in crescendo cuando “Un rayo estalla con furia, y el susto condimenta la ira.” Mientras la violencia engendra más violencia “Los gritos alimentan las ganas...” y los objetos parecieran “ayudar a que todo siga el curso de los acontecimientos”Muebles que se asustan con los truenos cercanos mientras que “La furia rebota contra las paredes, contra el techo de chapa.” “…los ojos ciegos de furia.” “...la cara desencajada.” “No hace falta nada más.” Hasta que “El armario vuelve a abrir su puerta por última vez esa mañana, y al fin recibe el golpe que estuvo esperando hace tanto tiempo.” Para dar con el fatal desenlace de esta historia, el cual se puede percibir antes de que llegue (a través de los indicios recolectados en el trayecto de la narración).
¡Excelente comienzo del taller! ¡Perdón por la extensión! ¡Saludos!
Roxana.
¡Hola Roxana! Me había quedado pendiente responder tu comentario, aunque lo había leído y lo incluí en el resumen que publiqué. Lo puedes ver por acá: http://www.aquateca.com.ar/2018/02/taller-lectura-sobre-cosas-que-pasan.html
EliminarMe parece muy interesante tu lectura del texto. Lo más rico de estos intercambios es compartir estas distintas opiniones. Te agradezco el tiempo de lectura y tu comentario. Ojalá te entusiasmes a seguir compartiendo con el grupo. ¡Un abrazo!
Maumy
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir una vez más este magnífico taller.
Con respecto al cuento "Cosas que pasan" me resultó muy interesante la forma de narrar desde los objetos. Sin duda es lo que más me llamó la atención. Luego me gustó mucho el ritmo y cómo va in crescendo el clima hacia un desenlace fuerte.
Sin golpes bajos, narra una historia dura. Con la emoción puesta en los objetos, los personajes parecen ajenos, marionetas de la situación, que los empuja.
Excelente propuesta que invita a leer más material de este autor
Hola Adriana, ¡gracias por tu lectura y comentario! Me encantó eso de que "los personajes parecen ajenos, marionetas de la situación, que los empuja". En efecto, hay mucho de esto en el cuento. Espero que hayas podido darle una mirada a los otros dos textos que leímos hasta ahora. Y que te entusiasme la idea de dejarnos tu comentario a la lectura de este jueves. ¡Un abrazo
EliminarMe gustó mucho el modo de narrar desde los objetos. Pareciera que no hay humanos en esa casa, ya que todas las acciones las ejecutan los objetos, lo cual podría disfrazar por un rato (sólo por un rato) la tragedia que se avecina. Pero el llanto de la cuna nos cachetea sin piedad para caer en la cuenta de que finalmente sí había humanos en el relato y que ellos eran los protagonistas verdaderos. Andrea
ResponderEliminarMaumy, gracias por compartir tan bello cuento. Comparto con los comentarios realizados y quiero agregar, que el narrador se me presentó como si fuera una cámara puesta a una altura muy cerca del piso enfocada hacia arriba, y desde esa estatura todo lo ve grande, fuerte, violento. La violencia del adulto que desconoce la inocencia, la ignora, como si ese adulto nunca hubiese sido bebé. Excelente cuento!
ResponderEliminar¡Fantástico, Gloria! Me encantó la metáfora del punto de vista del narrador. Ojalá los otros narradores también te entusiasmen. ¡Un abrazo!
EliminarMe pareció muy original el cuento, la perspectiva y lo que dijeron antes, esas personas ya estaban rotas y se expresa su historia por sus partes. Me gustó la poesía de la interpretación en lo sórdido de la escena. Gracias por compartirlo. Voy a leer a Rulfo. Saludos
ResponderEliminarHola! muchas gracias por la propuesta y por compartir este cuento tan interesante desde el punto de vista de la técnica. Es muy interesante como desenvuelve la historia y sostiene la tensión. Me pareció muy acertado el comentario sobre la fragmentación de los personajes, que ya están rotos en tanto atravesados por la violencia. Gracias por hacerlo llegar a nosotros. Saludos
ResponderEliminarMe gustó la forma de narrar a través de los objetos. Pareciera que en esa casa no habitan personas, debido a que las acciones con ejecutadas por objetos, pero el final nos cachetea con ese llanto que no hubiéramos querido "escuchar" y el miedo, la angustia y la desesperació se tornan más humanos que nunca.
ResponderEliminarMe había quedado colgado responder a este comentario, Andrea. Y por ahí arriba quedó enganchado un Unknown que creo era tu comentario original ^_^ ¡Gracias por pasar!
EliminarUh, terrible final. Sorprende. No es que no sea posible, todo lo contrario. Los objetos respiran violencia. Muy interesante la elección de un narrador cámara y del presente como tiempo verbal en el que se cuenta. Logra en todo momento mantener la tensión y obliga al lector a imaginar lo que no se dice.
ResponderEliminarHola Alberto, recién veo tu comentario sobre este cuento. Sí, un final terrible. Aunque no me sorprendió porque el autor lo va anunciando casi desde el vamos. Sin embargo, como lector esperaba que no terminara de ocurrir y ocurrió, tremendo. Sí, se respira mucha violencia. Se respira pero no hay melodrama y ese también es una gran logro del autor. Muchas gracias por pasar a leer y comentar. ¡Abrazo!
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