Cuestión de oficio | Escribir "bien" o "mal", según Claus y Lucas

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La autora húngara Agota Kristoff escribió la trilogía compuesta por las novelas El gran cuaderno (1987), La prueba (1990) y La tercera mentira (1991) valiéndose de una prosa seca y desprovista de sentimentalismos que, en parte, se justifica por lo que le ocurre a los propios personajes pero que también habla de su forma de ver la escritura. Alguna vez dijo que seguramente su forma de escribir venía del teatro. "Diálogo puro. Lo justo, sin relleno, sin grasa. ¿Para qué dar vueltas? ¿Para hacer literatura? No me interesa la literatura".

Sin embargo, creo que Agota Kristoff, como Kjell Askildsen, un escritor noruego que me fascina, tienen una forma particular de ver la literatura y logran narrar sin necesidad de dar vueltas. Lo bello de sus textos está, precisamente, en esa sequedad, en usar las palabras justas, en lograr contar algo terrible sin ningún dejo de subjetividad, donde el narrador se transforma en mero observador de los hechos, en inmutable.

Para dar un ejemplo, y como una cuestión de oficio que me parece destacable, comparto acá un fragmento de El gran cuaderno donde los gemelos Claus y Lucas justifican su propia forma de escribir que, estoy convencida, tiene que ver con la propia forma de escribir de Agota Kristoff, una gran narradora contemporánea:

Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: «la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir: «la gente llama a la abuela "la Bruja"». Está prohibido escribir: «el pueblo es bonito», porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Del mismo modo, si escribimos: «el ordenanza es bueno», no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribimos, sencillamente: «el ordenanza nos ha dado unas mantas».
Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. «Nos gustan las nueces» y «nos gusta nuestra madre» no puede querer decir lo mismo. La primera fórmula designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento.
Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.

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