Panel de la presentación |
El pasado 5 de agosto tuve la alegría de presentar Todas las mañanas un muerto, mi primer libro de cuentos. Comparto con los lectores de La Aquateca una mini crónica y algunas imágenes de lo que fue el evento.
Después de recorrer un largo camino, por fin el libro estaba listo. Gracias a la editorial La Letra M, logré ver a Todas las mañanas un muerto publicado. Pero la cosa no terminaba ahí. Había que presentarlo, no digamos que como a un hijo porque de eso no sé absolutamente nada, sino como a un proyecto concluido y acá me van a disculpar la metáfora ingenieril. Tuve que escoger un lugar, y ¿qué mejor sitio que una biblioteca? Pues bien, me contacté con los muchachos de la Casa de la Lectura y me dieron luz verde para que el martes 5 de agosto ocupara el auditorio de la biblioteca con la gente que estuviera dispuesta a acompañarme.
Y fue una gran alegría poder llenar la sala. Vinieron compañeros de taller, ex compañeros de trabajo, amigos, colegas y mucha otra gente que no me esperaba.
El altar a los santos |
Para agregar una nota de color, me propuse armar un pequeño altar, con algunos de los santos que los lectores podrían encontrarse en el libro. Mucho de lo que se cuenta en Todas las mañanas un muerto tiene que ver con mi cultura, con lo que vi de niña, en Maracay, rodeada de gente a la que le gustaba, y le gusta, contar; donde escuché historias de gente a la que le ocurren cosas insólitas, y de aparecidos y santos.
También imprimí algunas estampitas, de la diosa María Lionza, del doctor José Gregorio Hernández y de la virgen de Coromoto. Y agregué algunas ofrendas (caramelos, cigarrillos, una manzana).
Algunos curiosos levantando estampitas |
Pero apenas si el público, en una primera instancia, le prestó atención al altar. Era más que todo un elemento decorativo. La mayoría quizás esperaba escuchar a las autoras que me acompañaban y calladitos se ubicaron en sus puestos.
No podía estar mejor acompañada: Laura Massolo, la editora, además de una excelente narradora, fue quien introdujo al resto. Primero, Elsa Drucaroff, crítica literaria y también escritora, quién de antemano ya había leído el libro (fue jurado del Fondo Nacional de las Artes, donde Todas las mañanas un muerto obtuvo una primera mención); y segundo, Alejandra Laurencich, narradora de gran trayectoria, que además conoce al dedillo el libro porque ha sido mi maestra durante mucho tiempo.
De izquierda a derecha: Elsa Drucaroff, Maumy G., Alejandra Laurencich y Laura Massolo |
Para cerrar la charla, y como una muestra de lo que podían encontrarse en el libro, leí "Luces en la noche", uno de los cuentos. Es la historia de Santiago, un muchacho cualquiera que tiene la mala suerte de ser secuestrado durante el robo de un auto, en el que está por casualidad. En ese cuento, en particular, se menciona a la virgen de Coromoto por circunstancias que no voy a adelantar, porque sería contar el final de la historia. Lo interesante de esto es que, al finalizar la lectura, la gente del público se acercó al altar, y muchos se llevaron su estampita de la virgen de Coromoto. Fue una gran satisfacción lograr ese efecto. Espero que quienes lean el libro también puedan sentirse inquietados por esos detalles mínimos. Confío en que así será. Ojalá pudiera verlos por el agujerito de una cerradura.
Todo quedó tan lindo que creo que las ofrendas a los santos surtieron efecto y acompañaron con su energía la presentación. Acá dejo algunas imágenes de la charla y el brindis:
¡Muchas gracias a todos los que se acercaron! En especial, a Eduardo Sobico quién estuvo ilustrando en vivo, mientras avanzaba la presentación, cosa que sé no suele hacer (pero ese es tema para una entrada aparte); también a Joaquín Hidalgo y Emiliano Egaña, socios de Vinomanos, y amigos a los que les tengo mucho cariño, que aportaron los ricos vinos para el brindis.
¡Gracias, gracias enormes de gigante habichuelo, a todos-todos!