Cuestión de Oficio | "Los adjetivos son las arrugas del estilo"




En su ensayo El adjetivo y sus arrugas(*), Alejo Carpentier afirma que "los adjetivos son las arrugas del estilo". A medida que he ido aprendiendo sobre el oficio de escribir esta afirmación me resulta cada vez más acertada. Por supuesto habría que leer todo el ensayo pero hoy me gustaría compartir con ustedes algunos fragmentos que rescato por su particular enfoque.
"Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", " Tanto va el cántaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas."
Este es un fragmento del ensayo El adjetivo y sus arrugas, de Alejo Carpentier, que ilustra el por qué el uso de los adjetivos en narrativa debe ser muy cuidadoso. Muchos principiantes acostumbran usarlos de manera indiscriminada porque les parece que ayudarán al lector a comprender mejor lo que ellos quieren decir y no se dan cuenta de que el efecto es devastador. El uso excesivo de adjetivos sólo lleva al agobio, al aburrimiento, al cierre del libro. Por eso es importante comprender que su uso sólo deberá limitarse a lo necesario. "Los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de elle las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio", también dice Carpentier en el ensayo. Además agrega algo que me parece muy interesante destacar:
"Todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote."
Nunca mejor expresado. Así que, muchachada literaria, sólo adjetiven cuando sea necesario, nunca cuando una frase sencilla pueda expresar con exactitud lo que se quiere. Ahorremos al lector el bostezo.

(*) El Adjetivo y sus Arrugas
Alejo Carpentier
Editorial Galerna. Buenos Aires 1987.

Alejo Carpentier
(Escritor cubano, 1904 - 1980) 

Narrador, periodista, musicólogo y ensayista cubano. Considerado uno de los escritores latinoamericanos más destacados del siglo XX. Y reconocido como uno de los primeros que introdujo el término de "lo real maravilloso" y el neo-barroco en América Latina. Entre 1924 y 1928 colaboró en la revista Carteles y en la fundación de Revista de Avance. Fue encarcelado en 1928, durante la dictadura de Gerardo Machado. Al salir se exilió en París durante casi una década, desde donde colaboró con diversas revistas locales y cubanas con poemas y artículos sobre música, e inauguró su carrera literaria con la publicación de ¡Ecué-Yamba-O!, novela de temática afrocubana que se convertiría en obra fundamental para entender la realidad cubana de inicios del siglo XX. Después de la caída del régimen de Machado volvería a visitar Cuba. Más tarde se autoexiliaría en Caracas, donde vivió otros tantos años. Ahí fue periodista radiofónico, profesor universitario y columnista en diarios y revistas. Regresó a Cuba tras la Revolución castrista y ocupó varios cargos oficiales hasta que en 1966 fue nombrado embajador en París, donde permaneció hasta sus últimos días. Fue autor de los libros de cuentos Viaje a la semilla, Guerra del tiempo, El camino de Santiago y Los convidados de Plata. Y de las novelas El reino de este mundo, Los pasos perdidos, con la que ganó el Prix du Meilleur Livre Etranger (Premio al mejor libro extranjero) de Francia, y El siglo de las luces, entre otros títulos.