Quizás sea redundante hablar de frío en invierno pero qué mejor oportunidad para presentar los libros de cuentos “Relatos sobre el Ártico”, de Boris Gorbátov y “Cuentos reunidos”, de Kjell Askildsen. Dos autores nórdicos con miradas distintas sobre el frío polar. (*)
En literatura, poder transmitir una sensación a través de las palabras es una tarea difícil. Pocos autores lo han hecho con maestría. Jack London es uno de ellos. Al que tenga dudas le recomiendo leer el cuento “Encender una hoguera”, quien no se congele con esa historia, no lo hará con nada. Sin embargo, una sensación no es sólo una cuestión externa, como la temperatura o un aroma, sino también interna, como el odio o el miedo. Los libros “Relatos sobre el Ártico” y “Cuentos reunidos” son una muestra de estos dos puntos de vista; dos formas distintas de contar desde el frío.
En el primero, las historias nacen del frío Ártico, una sensación que aparece de inmediato, se trepa, y ya no se olvida más. A pesar de eso, la mirada de Boris Gorbátov (Ucrania, 1908 - 1954) es casi siempre positiva. Relata con optimismo y humor la experiencia de los primeros soviéticos que vivieron en la zona de Chukotka y alrededores. Sobre el coraje de hombres y mujeres -obreros, maestros, investigadores, médicos, profesionales y un sin fin de anónimos- que buscaron fortuna en el Ártico durante los años treinta, época en la que los soviéticos empezaban a interesarse por la tundra. Describe la rutina, como la del viejo Tereñ, que año tras año viaja en la peor epoca del año polar: en Julio, cuando “la gente no se mueve de su casa”; un mes sin caminos en el que, sin embargo, se presiente la apertura de las grandes rutas. “En todas partes hay agua”, relata. “Se pisa el musgo y rezuma. Se toca un terrón, y el terrón rezuma. Se apoya uno levemente con un pie sobre el hielo, y debajo del hielo fluye el agua sonora, primaveral. La tundra es como un pantano ininterrumpido. Solloza ruidosamente bajo la presión de las botas. Es blanda, dúctil y se halla cubierta por la hierba amarilla del año anterior y por el tierno musgo primaveral, semejante al plumón de las aves.” Pero eso al viejo Tereñ no lo detiene, porque si no va él “¿quién irá, entonces?”. Y así, también describe el uso de los radiotelégrafos, la magia del éter, para poder comunicarse y, por ejemplo, ayudar a dar a luz desde el continente a una mujer que vive en la lejana Isla del Pepino. Hablar de la amistad, del amor, la soledad, los celos, la frustración; lo bueno y lo malo de vivir aislados, bajo condiciones extremas, en el afán de expandir la civilización y el progreso soviético.
Gorbátov viajó por toda la ex Unión Soviética y llegó a conocer regiones tan bastas como la tundra de los chukchis, nombre con el que se conoce a los habitantes nativos de Chukotka, en el Círculo Polar Ártico. Sobre esos viajes basó las historias que componen “Relatos sobre el Ártico”. Dejó en sus textos mucha de sus experiencias. Cuántos de estos personajes existieron en realidad es un misterio, pues poco se sabe de Gorbatov fuera de Rusia. Lo que si se puede asegurar es que fue un periodista, corresponsal de guerra, aviador y viajero incansable que trasladó su experiencia a la literatura con un mensaje entusiasta.
El caso de Kjell Askildsen (Noruega, 1929), y sus “Cuentos reunidos”, es radicalmente distinto. El frío en sus relatos nace del interior de los personajes, de los que apenas pincela un par de rasgos, o de la sútil descripción de un gesto. Sólo le bastan unas cuantas palabras para lograr que la sangre se repliegue y la piel se erice, como en el cuento El rostro de mi hermana, donde a medida que transcurre el relato se va destilando una tensión sin contornos, algo oscuro y perturbador. “Me encendí un cigarrillo”, relata Otto, el protagonista. “Y tu dices que no estás solo, señaló ella, y luego añadió: Hermano mayor. La miré: tenía el rostro medio vuelto y los labios ligeramente abiertos; no había ni un sonido en la habitación, ni ninguno que entrara de afuera; el silencio duró mucho. Imáginate que..., dijo. ¿Qué?, pregunté. Nada, dijo ella. Sí, dije yo. Pero Otto, no sabes lo que... ¿Qué crees que estoy pensando? Estuve a punto de decirlo, en ese instante tenía dentro un coraje casi lo suficientemente grande. En lugar de eso, dije: ¿Cómo iba a saberlo? Ella cogió el vaso y me lo acercó. Está vacío, indicó. Dime cuándo quieres que pare, dije. No, dijo. Llené el vaso. Estamos bebiendo mucho para ser personas que no beben, comenté. Hay excepciones, dijo ella. Sí contesté, hay excepciones para casi todo...” Así, sin abundar en descripciones, ni en escenografías o sorpresas, Askildsen logra una escena doméstica aparentemente intrascendente donde nada es tan sencillo como parece. Su literatura se ha nutrido de la realidad noruega donde, cómo señala Fogwill en el impecable prólogo del libro: “todos piensan como noruegos”, y ser noruego es, entre otras cosas, “contar con un ingreso per cápita de sesenta mil dólares anuales e integrar una pirámide de distribución de la riqueza que ningún político latinoamericano se atrevería a prometer ni como proyecto a veinte años de plazo.” De esa forma, logra un retrato de la llamada “sociedad del bienestar” y al mismo tiempo cachetea la conciencia del lector.
Askildsen, hoy de ochenta y dos años, escritor, compilador, traductor, excéntrico, solitario y casi ciego, es un maestro en el arte del relato breve. No encontrarán en su narrativa ninguna floritura, al contrario, sólo habrá la cantidad precisa de palabras, ni más ni menos. Lo que ha valido para que algunos lo tilden de “minimalista”, aunque ésta es una de las cosas que más lo irritan porque, según dice, nunca escribe menos de lo que tiene que decir. Para él cada relato es una minúscula obra de arte. Y representan su mundo, uno repleto de ficciones verdaderas.
(*) Esta nota fue publicada originalmente en el cuarto número de la Revista Travel Magazine.