Mario Vargas Llosa [Vía] |
Una de las reglas fundamentales, a la hora de escribir que cualquiera que se inicia en el oficio no debe olvidar es aquella que le escuché a Alejandra Laurencich en su taller de narrativa: menos es más, decía. Lo repetía y lo repite y me lo repito cada vez que escribo o reviso algún texto. Hoy quiero compartir un fragmento que la misma Alejandra Laurencich sugiere en su libro El taller que acabo de recordar, a propósito del tema, y que se refiere a los comentarios que hace el escritor peruano Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista sobre el "dato escondido".
«¿Recuerda usted ese cuento magistrar, acaso el más célebre de Hemingway, llamado "Los asesinos"? Lo más importante de la historia es un gran signo de interrogación: ¿por qué quieren matar al sueco Ole Andreson ese par de forajidos que entran con fusiles de cañones recortados al pequeño restaurante Henry's de esa localidad innominada? ¿Y por qué ese misterioso Ole Andreson, cuando el joven Nick Adams le previene que hay un par de asesinos buscándolopara acabar con él, rehusa huir o dar parte a la policía y se resigna con fatalismo a su suerte? Nunca lo sabremos. Si queremos una respuesta estas dos preguntas cruciales de la historia, tenemos que inventárnosla nosotros, los lectores, a partir de los escasos datos que el narrador omnisciente e impersonal nos proporciona: que,, antes de avecindarse en el lugar, el sueco Ole Andreson parece haber sido boxeador, en Chicago, donde algo hizo (algo errado, dice él) que selló su suerte.
El "dato escondido" o narrar por omisión no puede ser gratuito y arbitrario. Es preciso que el silencio del narrador sea significativo, que ejerza una influencia inequívoca sobre la parte explícita de la historia, que esa ausencia se haga sentir y active la curiosidad, la expectativa y la fantasía del lector.
Hemingway fue un eximio maestro en el uso de esta técnica narrativa, comos e advierte en "Los asesinos", ejemplo de economía narrativa, texto que es como la punta de un iceberg, una pequeña prominencia visible que deja entrever en su brillantez relampagueante toda la compleja masa anecdótica sobre la que reposa y se ha sido birlada al lector. Narrar callando, mediante alusiones que convierten el escamoteo en expectativa y fuerzan al lector a intervenir activamente en la elaboración de la historia con conjeturas y suposiciones, es una de las más frecuentes maneras que tienen los narradores para haber brotar vivencias en sus historias, es decir, dotarlas de poder de persuación.
[...] Ahora bien. Si se acepta este supuesto, que una novela "o mejor, una ficción escrita" es solo un segmento de la historia total, de la que el novelista se ve fatalmente obligado a eliminar innumerables datos por ser superfluos, prescindibles y por estar implicados en los que sí hace explícitos, hay de todas maneras que diferenciar aquellos datos excluidos por obvios o inútiles, de los "datos escondidos" a que me refiero en esta carta. En efecto, mis "datos escondidos" no son obvios ni inútiles. Por el contrario, tienen funcionalidad, desempeñan un papel en la trama narrativa, y es por eso que su abolición o su desplazamiento tienen efectos en la historia, provocando reverberanciones en la anécdota o los puntos de vista.
Finalmente, me gustaría repetirle una comparación que hice alguna vez comentando Santuario de Faulkner. Digamos que la historia completa de una novela (aquella hecha de datos consignados y omitidos) es un cubo. Y que, cada novela particular, una vez eliminados de ella los datos superfluos y los omitidos deliberadamente para obtener un determinado efecto, desprendida de ese cubo adopta una forma determinada: ese objeto, esa escultura, reflejan la originalidad del novelista. Su forma ha sido esculpida gracias a la ayuda de distintos instrumentos, pero no hay duda de que uno de los más usados y valiosos para esta tarea de eliminar ingredientes hasta que se delinea la bella y persuasiva figura queremos, es la del "dato escondido" (si no tiene usted un nombre más bonito que darle a este procedimiento).»
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