“Cuando tuviera quince años el sabor del mundo habría cambiado...” Ese sólo pensamiento mantiene con vida a la joven protagonista de la novela El baile que hoy les presento. Y, le bastó a la escritora rusa Irène Némirovsky, nacida en Kiev, en 1903, para retratar de manera ácida e irónica el asfixiante ámbito familiar de su vida en el exilio francés. (*)
La adolescencia, una vorágine de cambios. Eso le pasa a Antoinette, la protagonista de El baile. Es una niña melancólica, triste, solitaria, que intenta desplegar sus alas y no puede. Sus padres, los Kampf, no la dejan. Ni siquiera la registran, no existe. Entonces, Antoinette se traga sus lágrimas y, casi por casualidad, genera una situación absurda, una venganza insospechada que desenmascara al mundo adulto al que aun no tiene acceso.
Con palabras sencillas, Irène Némirovsky despliega en El baile muchas de las particularidades de su escritura, que empezaron a tomar color, a sus catorce años, mientras leía a Turguéniev, cuando quizás, al igual que Antoinette, planificaba vengarse de su propia madre, Fanny Némirovsky. No era un secreto que la odiaba. Fanny tuvo muchas aventuras amorosas y veía en Irène a un estorbo. Le recordaba su verdadera edad, obstruía sus seducciones. Por eso no quería tenerla cerca. Hizo que la criara un aya, que además de cuidarla le enseñó a hablar francés, idioma al que Irène consideraba su segunda lengua.
Escribió las poco más de noventa páginas que componen El baile a los 27 años. Fue publicada después de David Golder, su primer libro y la obra que la llevaría a ser considerada, en 1930, como una joven promesa. Un dato curioso es que El baile -Le bal, se llamó la película en francés- fue adaptado al cine en 1931. La dirigió Wilhelm Thiele y lanzó al estrellato a la actriz Danielle Darrieux. Sin embargo, la novela tuvo que esperar hasta 1986 para ser publicada en castellano, al igual que muchas otras de las obras de ésta escritora, que fue recuperada del olvido recién en el 2004, con la edición de La suite francesa, su novela póstuma.
El baile, ambientada en los años 20, es una novela fresca, con un argumento y tono muy actuales. Nos presenta a los Kampf, una familia de nuevos ricos recién instalados en París. El señor Kampf es un tipo débil, su esposa Rosine, una mujer insatisfecha y Antoinette es la hija única, de quien nadie quiere hacerse cargo. Para ganarse el reconocimiento de la sociedad francesa de la época Los Kampf organizan un baile para doscientos invitados. Lo planifican hasta el mínimo detalle porque tiene que ser un acontecimiento local. Pero no toman en cuenta los deseos de Antoinette, que no quiere perderse la oportunidad de bailar una vez, una sola vez, con un bonito vestido, como una auténtica joven, ceñida por brazos de hombre..., en especial Rosine. Prefiere encerrar a la hija en el cuarto de la ropa blanca antes de exponerse a que le arruine su momento de gloria. Que sepas, niña -le dice en un arrebato de cólera-, que apenas he empezado a vivir yo, ¿me oyes?, y que no tengo intención de ocuparme de una hija casadera... Estas palabras perturban a Antoinette. Es tan infeliz como puede serlo una niña de catorce años. Odia a las personas mayores y mira al mundo con una amargura feroz. Rosine se convierte en una extraña, alguien con una fría mirada de mujer, de enemiga...
Los personajes, no sólo de El baile sino de casi todas las obras de Irène Némirovsky, fueron inspirados por la burguesía ruso-judía, el ambiente en el que se desenvolvió desde niña. Y que le generaba sentimientos encontrados. Tenía un ojo agudísimo. Fue explotando ese ojo que logró, como Antoinette, vengarse de su madre. La caracterizó con ironía tanto en El baile, como en Jézabel y Le vin de solitude, otras de sus novelas. Para hacer sus descripciones solía buscar imágenes particulares de las personas, de la naturaleza, de los sentimientos. La escena de las farolas es una buena muestra: ...no era más que el farolero; observó como iba tocando cada una de las farolas con su larga pértiga y éstas se encendían súbitamente en medio de la noche. Todas aquellas luces que parpadeaban y vacilaban como velas al viento...
Años más tarde, en 1940, mientras a causa de su ascendencia judía llevaba la estrella amarilla, a pesar de haberse convertido al catolicismo, no paró de usar su ojo para retratar a las personas, a la sociedad en general y a la tensión reinante en la Francia de Vichy. Aun sabiendo que no podía publicar, porque la ley no se lo permitía, siguió escribiendo, creando historias y personajes, en una especie de catarsis. Algunos de sus biógrafos mencionan que en esa época decía haber estado trabajando en lava ardiente. Fue bajo esas circunstancias que creó La suite francesa, una novela que no llegó a terminar, y que sobrevivió a la guerra gracias a la perseverancia de sus hijas, Denisse y Elizabeth, que mantuvieron con ellas una misteriosa valija en la que Irène había guardado sus manuscritos antes de ser arrestada y deportada al Campo de Concentración de Auschwitzs en 1942, donde murió de tifus a los pocos meses.
El más penoso capítulo de su historia ni siquiera lo vivió la propia Irène, lo hicieron sus hijas cuando al lograr huir de Francia, gracias a la ayuda de amigos de la familia, Fanny se niega a recibirlas. Les grita desde adentro: si son huérfanas, vayan a un orfanato... Irónicamente, al morir, en la caja fuerte de la abuela encontraron dos libros escritos por Irène: Jézabel y David Golder.
(*) Esta nota fue publicada originalmente en el segundo número de la Revista Travel Magazine.