Por: Maumy G. (*)
Mi madrina me había dado cobijo porque mamá no era capaz de alimentar tantas bocas. Llévesela, y dígale a su hija Marta que en algo la podrá ayudar, le había dicho mamá. Y mi madrina no tuvo corazón para decir que no, aun sabiendo que su hija no me recibiría con los brazos abiertos. Nada más al verme Marta arrugó la cara. Gritó cuando mi madrina le pidió que me dejara vivir con ellos. Es sólo una muchachita, le dijo mi madrina. Pero Marta no entendía razones. Sólo al sugerirle que podía ayudarla con Coquito aceptó que me quedara en su casa.
Marta se había casado muy joven con un hombre mucho mayor que ella. Tenían un hijo al que le decían Coquito. Era un nene pequeño, como de dos años. Mi madrina lo quería mucho aunque era bastante feo. Por las noches lo mimaba sobre sus piernas, hasta que se quedaba dormido. Marta, en cambio, lo dejaba llorar. Decía que la fastidiaba.
En aquella casa conocí a Bilik.
Un día lo encontré en el patio. Dijo que dormía en el cuarto del fondo, al lado de la cocina. Siempre quise saber cómo hacía para escaparse si Marta tenía ese cuarto cerrado con candado pero me daba vergüenza preguntarle y él nunca me lo contó. Además qué me importaba, si junto a Bilik vivir con Marta era menos desagradable.
Pasábamos horas jugando en el patio. Algunas veces nos subíamos al tapial a espiar a los vecinos. Otras nos quedábamos todo el rato tirando piedras al aljibe. Bilik solía decir que el aljibe era un pozo tan hondo que llegaba hasta la China. Yo le creía porque, por más que prestara atención, nunca lograba escuchar a ninguna piedra tocar el fondo. Y a los seis años ese podía ser un fenómeno sorprendente.
A Bilik no le gustaba Coquito. No por el mismo porque, al fin y al cabo, sólo era un nene llorón, sino por Marta. Una vez me llevó hasta el aljibe y señaló el fondo. Nunca te acerques aquí si Marta esta cerca, dijo, y sus ojos se opacaron de un modo extraño. También dijo que Marta era mala. No necesité que me lo dijera, ya la conocía. Sabía que Marta podía ser muy egoísta, al punto de dejar a mi madrina sin comer sólo para que no compartiera el plato conmigo.
Ya que no podíamos hacer nada contra ella, viviendo en su casa, trasladamos nuestra venganza a Coquito. Nos cansamos de torturarlo cada vez que pudimos. Por las tardes me tocaba darle la papilla. Apenas me dejaban sola aparecía Bilik. Nos comíamos la papilla mientras Coquito se chupaba el dedo sin entender nada. Después le dábamos vueltas como a un trompo. Primero a un lado, después al otro. Un buen rato, hasta que apenas podía estar parado. Al regresar, Marta siempre se preguntaba por qué Coquito la vomitaba encima.
Los días en que no podíamos aprovechar la ración del nene asaltábamos la despensa, lo que implicaba un proceso más difícil. Había que esperar la hora de la siesta, que la casa quedaba sola, y escalar el mueble. Bilik me ayudaba a subir la fortaleza, señalándome los salientes donde apoyar manos y pies; y así iba avanzando, hasta alcanzar la llave que Marta escondía en el tope. Sacaba cosas pequeñas, en especial galletas o compotas, que eran mucho más fáciles de manipular. Luego regresaba la llave a su sitio, sintiendo que el corazón me retumbaba en los oídos. Celebrábamos nuestra audacia a los saltos. Al acabar el botín tirábamos los desperdicios al aljibe, donde nadie podía encontrarlos. Tal vez por eso Marta nunca logró comprobar sus sospechas sobre el culpable de las extrañas desapariciones.
Pero mi madrina duro poco, estaba demasiado vieja. Murió mientras dormía, Bilik vino a decírmelo. Esa noche se paró junto a mi cama y me sacudió. Mírala, dijo y señaló con su dedo blanco la otra cama, se está yendo. Mi madrina, con una media sonrisa, suspiró con fuerza. Fui hasta su cama y le toqué la mano: estaba tibia. Me recosté junto a ella. No tuve miedo, al contrario, me sentí protegida. Así me quedé dormida.
Al morir mi madrina tuve que regresar al rancho de bahareque. Mamá pasó a buscarme una mañana gris. Quise despedirme de Bilik pero no lo hallé en nuestros escondites. Le pregunté a Marta dónde estaba y sólo conseguí que tuviera uno de sus ataques de nervios. ¿De dónde sacaste ese nombre?, gritó. En sus ojos había tanto odio que me asusté. Nos sacó de su casa a los empujones, mientras gritaba algo sobre un hijo muerto que en ese entonces no alcancé a entender.
(*) "Bilik" forma parte del libro de cuentos Todas las mañanas un muerto (La Letra Eme, 2014). Lo consiguen en las siguientes librerías (Argentina):
Distruye: Galerna Libros.
También fue publicado en el Suplemento Literario de Télam del 09 de febrero de 2012.
(*) "Bilik" forma parte del libro de cuentos Todas las mañanas un muerto (La Letra Eme, 2014). Lo consiguen en las siguientes librerías (Argentina):
Distruye: Galerna Libros.
También fue publicado en el Suplemento Literario de Télam del 09 de febrero de 2012.