Cuestión de oficio | Lo real contra lo verosímil


Releyendo algunos apuntes, para un taller de cuento básico, volví a dar con un ingrediente fundamental a la hora de escribir ficción: la verosimilitud. En narrativa, una historia es verosímil cuando logramos convencer al lector de creer algo que no necesariamente es cierto. Algunos escritores que empiezan suelen olvidar este detalle. Acá comparto un breve recordatorio, con algunos ejemplos.

Hace unos días vengo participando en un taller de cuento básico que propuso CiudadSeva. Más que participar, leo. Y durante la lectura de algunos ejercicios noté que uno de los escritores tomaba historias "reales" para transformarlas en ficción. Sin embargo, había algo que me hacía ruido en esos relatos: aunque sus historias estuvieran basadas en hechos reales, eso no las hacía creíbles al ser trasladadas a la ficción. Es decir, la forma como estaban contadas no lograba convencerme. A raíz de eso comencé a releer algunos apuntes y me reencontré con un diálogo entre Vicente Battista y Marcelo Di Marco, en ese extraordinario libro que recomiendo leer a cualquier escritor que empieza: Taller de Corte y Corrección. Ahí, una de las cuestiones que plantea Di Marco es ¿Cómo se podría definir la verosimilitud? Battista contesta:

“Una cosa es lo real, lo verdadero, y otra cosa es lo verosímil: aquello que, sin ser verdad, es similar a la verdad. Ser verosímil en literatura sinifica conseguir darle al lector una impresión de realidad. Kafka es verosímil, por ejemplo, al lograr que el lector acepte como cierto el hecho de que Gregorio Samsa se despierte transformado en un insecto.”

¿Podría decirse —sigue Di Marco—, que la verosimilitud es uno de los medios de que se vale el escritor para entablar su diálogo con el lector?

“Claro —dice Battista—. Cuando uno está leyendo el Quijote, o a Boccaccio, o a cualquier autor clásico, acepta la historia o el poema sin ningún empacho. Pero ojo: teniendo siempre en cuenta que así se leía y así se aceptaba en aquellos tiempos. Hoy leés textos indiscutibles, como por ejemplo Hamlet, y bueno... difícilmente alguien se atreva a montar la obra tal como la concibió Shakespeare.”

También recordé aquello que mencionaba alguna vez Alejandra Laurencich en su taller de cuentos, por allá en el 2006: para conseguir que "en la lectura de nuestra historia el lector suspenda su incredulidad y se entregue sin reservas a los hechos allí narrados debemos apelar a la mentira", en realidad al "hechizo de la mentira". Muchos escritores que empiezan se olvidan de ese mínimo detalle. ¿Cómo se logra eso? Muy sencillo: escribiendo con responsabilidad absoluta sobre la narración. No debemos dejar librado al azar ningún elemento, porque es ahí cuando el lector comienza a dudar y en esa duda se pierde la verosimilitud del relato. Por ejemplo, si decimos que una mujer es una hechicera, ese hecho deberá quedar justificado en el relato. Para lo cual el autor deberá preparar el terreno, anticipar objeciones, exponer los hechos, adelantándose al lector para evitar que dude.

Con el ánimo de ilustrar lo anterior comparto un par de fragmentos de novelas en donde, aunque sabemos que lo contado no es real, mientras leemos estamos completamente convencidos de que sí lo es:

“Peter estaba tan concentrado intentando recordar su ignorante personalidad de seis meses antes que no se percató de la figura que cruzaba la alfombra en dirección hacia él. Cuando lo hizo, soltó un grito de sorpresa, se encaramó a la cama y levantó las rodillas. Hacia él iba, con andar torpe pero decidido, la Muñeca Mala. Había cogido un pincel de la mesa de Kate y lo utilizaba como muleta. Cojeaba por la habitación soltando jadeos malhumorados y murmurando palabrotas no aptas ni siquiera para una muñeca mala. Se detuvo junto a la pata de la cama para recuperar el aliento. Peter se sorprendió al darse cuenta de lo sudorosos que tenía la frente y el labio superior.”
Fragmento de En las nubes, de Ian McEwan

El protagonista de En las nubes es un niño llamado Peter. El nene tiene una imaginación feroz, y ayudándose de ese detalle, para apoyar el hechizo de la mentira, McEwan nos convence de que la Muñeca Mala realmente camina, se acerca a Peter y le conversa, como si fuera una persona cualquiera. 

Otro ejemplo: en Nunca me abandones, una novela que podríamos calificar de ciencia ficción, escrita por Kazuo Ishiguro, se relata la extraordinaria historia de una cuidadora de "donantes", de una manera tan creíble que no podemos dejar de estar convencidos e incluso conmovidos por lo que ocurre:

“Y madame dijo:
—Es muy, muy interesante. Pero ni entonces podía ni hoy puedo leer la mente de nadie. Lloraba por una razón totalmente diferente. Cuando te vi bailando aquella tarde, vi también algo más. Vi un mundo nuevo que se avecinaba velozmente. Más científico, más eficiente. Sí. Con más curas para las antiguas enfermedades. Muy bien. Pero más duro. Más cruel. Y veía a una niña, con los ojos muy cerrados, que apretaba contra su pecho el viejo mundo amable, el suyo, un mundo que ella, en el fondo de su corazón, sabía que no podía durar, y lo estrechaba con fuerza y le rogaba que nunca, nunca la abandonara. Eso es lo que yo vi. No te vi realmente a ti, ni lo que estabas haciendo. Pero te vi y se me rompió el corazón. Y jamás lo he olvidado.”
Fragmento de Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro

En ambos casos, estos dos autores nos convencen de creerles sus mentiras, ¿cómo? Mostrando sólo los detalles o elementos útiles al argumento y rechazando todo lo que quede al margen de él.

Cierro este post con una reflexión de Mario Vargas Llosa:

"La ficción es, por definición, una impostura —una realidad que no es y sin embargo finge serlo— y toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros.
La mala novela que carece de poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la verdad de la mentira que nos cuenta.
La literatura es puro artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo delata".